Por Óscar del Saz | @oskargs
Medinaceli, 4-VIII-2022. Festival de Medinaceli Lírica. Edición IX. Palacio Ducal de Medinaceli. Chin Chun Chan, zarzuela mexicana con música de Luis Jordá (1869-1951) y Libreto de José Francisco Elizondo (1880-1943) y Rafael Medina (1870-1914). Ensamble de la Orquesta Filarmónica de La Mancha (OFMAN). Francisco Antonio Moya, director. Leopoldo Falcón, director de escena. Clemina Zugasti, coreografía.
Aunque naciera en España, el género de teatro lírico denominado como zarzuela, al poco tiempo de su aparición, se extendió a la casi totalidad del mundo hispánico. México, junto con Cuba, fue de hecho uno de los países donde más caló el género. En la capital mexicana, y por contraposición a la ópera -que se consideraba demasiado elitista-, hubo varios empresarios interesados en traer zarzuelas de España, si bien también se apostó fuertemente por autores mexicanos que habrían de exaltar el acervo nacional e impulsar la creación de la Sociedad Mexicana de Autores, que tendría decisiva relevancia a la hora de protegerlos, llegando incluso -en sus inicios- a pleitear en los tribunales por el mal uso de grabaciones -en concreto, del título que nos ocupa- por parte de importantes discográficas de los Estados Unidos.
Es en este entorno creativo donde el libretista de Aguascalientes José Francisco Elizondo busca al músico catalán afincado en México, Luis Jordá, para que compusiera la música de un libreto que había pergeñado alrededor de una historia de puro ambiente mexicano que enhebraba de forma humorístico-sicalíptica etnicismo, xenofobia, nacionalismo, sexualidad, en un periodo político y social inestable -el denominado como porfiriato (entre 1876 y 1911)-, pero también de clara sumisión a los Estados Unidos… El compositor, que finalmente no cumplió con los plazos de entrega previstos, obligó a los libretistas a hacer algunos cambios para ajustar música y trama, resultando finalmente Chin Chun Chan, con el subtítulo de Conflicto chino en un acto y tres cuadros, que se estrenó en el Teatro Principal de México, el día 19 de Abril de 1904.
Sin duda, una época que sirvió de disparadero para la aparición de tantos y tantos títulos, motivados por la querencia y demanda de un público entregado -como ocurrió en España- al denominado como espectáculo a base de «tandas», o sucesión de títulos en una misma velada, a imagen y semejanza del «teatro por horas» español, y dando lugar a un genuino Género Chico mexicano, que se subdividía -por especialización de temáticas- en obras costumbristas, frívolas o sicalípticas, y revistas de índole político, sufriendo estas últimas el duro embate de la censura. Entre los títulos señeros que más han perdurado se pueden citar algunos como A cuál más feo (1877), considerada como la primera zarzuela mexicana, Matrimonio de cuerdos, El surco o El país de la metralla.
Aunque el estilismo de estas zarzuelas siempre quiso separarse de lo español, es innegable que hubo un floreciente trasiego -en las dos direcciones- entre los artistas y creadores españoles y mexicanos que iban y venían, como Gaztambide, que marcó tendencia en México, o la gran Esperanza Iris (que tan bien recreó la famosa Benamor); y en el otro sentido, los cantantes y empresarios Pepita Embil y Plácido Domingo padre, fueron paradigmáticos ejemplos que se dedicaron en cuerpo y alma a llevar el género lírico español allende los mares.
Y sí, seguramente, ahora estemos en un hito análogo a aquéllos, de intercambio o sinergias entre los proyectos -en los que la zarzuela está considerada sin duda como Género Universal y se está internacionalizando su ejercitación, esperando el galardón de la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad-, ya que el rescate de Chin Chun Chan ha sido posible gracias a una coproducción internacional entre el propio Festival Medinaceli Lírico (comandado por Miquel Tugores, presidente del Festival; Federico Figueroa, director artístico) y la Compañía Mexicana de Zarzuela, dirigida por Leopoldo Falcón, contando con el apoyo de la plataforma Zarzuela por el Mundo -que tiene como alma mater a Plácido Domingo- y por la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid.
Después de 116 años sin programarse en España -se estrenó en 1906, en Barcelona (recordemos que allí existe oficialmente un Barrio Chino como tal)-, aunque el título atesoró más de 10.000 representaciones en su primera decena de años, ahora ha vuelto a los escenarios de la mano de un elenco con veteranos especialistas y defensores del género como Amelia Font y Ángel Walter, y también con nuevos valores de gran proyección, como el tenor mexicano lírico-ligero Ricardo Calderón, la soprano colombiana Brenda Pazmin, la soprano cubana Camila Oria y la soprano española Estíbaliz Igea, entre otros, que dotaron a esta recuperación de timbres juveniles de altos vuelos, con altas prestaciones en la belleza vocal y en la técnica de canto, así como en la parte hablada y actoral, tanto en los solos como en los dúos.
La versión que se ofreció contempló todos los números musicales, con orquestación-arreglos del propio director, Francisco Antonio Moya -que partió únicamente de la partitura con reducción para piano- y contó con un quinteto de cuerda, clarinete, trompeta, percusión y piano (Celia Laguna). De este conocido director por estos lares manchegos, con formación multinacional (New York, Manchester, San Petersburgo), destacamos su ductilidad en su técnica y gestos de dirección a la hora del tratamiento de los balances, la concertación y el acompañamiento vocal, así como la búsqueda de la precisión en todos los números, donde se transparentaron rítmicamente los escritos en forma de vals, marchas, habanera o gavota, en la búsqueda de un efectismo, acorde con el fluir dramático, muy bien logrado.
La historia recrea de forma muy cómica la incipiente inmigración de ciudadanos chinos, debida a la necesidad de mano de obra, desde el punto de vista de rechazo y burla del oriundo. La obra posee varias versiones grabadas, existiendo también varias películas alrededor de la temática de la obra. Como bien comenta Federico Figueroa en las notas al programa, la obra también es una invitación a reflexionar sobre las cuestiones señaladas arriba -xenofobia, etc.,-, que siguen vigentes en nuestra sociedad y que la ennegrecen como tal, añadida a la hipocresía de que además no tratamos por igual a las personas de una misma etnia si tienen poder o dinero, o cuando no lo tienen. Aprendamos pues de esta obra, y utilicémosla desde una óptica ejemplarizante, para no caer en los prejuicios que nos llevan a despreciar a los demás sólo porque no son como nosotros.
En la ágil y fresca versión escénica que firma el maestro Leopoldo Falcón se han eliminado inteligentemente, y sin malograr la esencia de la obra, algunos personajes y textos, dotando de mayor fuerza dramático-cómica al personaje principal (el falso Chin Chun Chan, interpretado por él mismo), y consiguiendo de forma acertada un difícil equilibrio entre los actores, y su comicidad inherente -destacando el perfeccionista y puntilloso Administrador que da vida con maestría y muchísimo oficio Ángel Walter, y su fiel asistente Policarpo, que bordó en todos los sentidos el cantante/actor Ángel Castilla-, y los números cantados por solistas, dúos y coros, estos últimos ejecutados por cantantes cuyo nivel, en realidad, es el de solistas, como pudimos comprobar en el fin de fiesta, titulado como ¡Viva América! que se concedió como propina, donde todos ejecutaron piezas del repertorio hispanoamericano en solitario.
Podemos señalar que se trata de una obra coral en cuanto a cantantes y actores-cantantes, con cuatro personajes cómicos, donde la acción teatral va en concordancia con la música, si bien de forma un tanto segregada o desconectada. El hilo conductor a esta sucesión de números son las peripecias de su protagonista, Columbo Pajarete (Leopoldo Falcón), feliz paisano que huye de su casa a la capital mexicana para engañar a su celosa mujer, Hipólita (Amelia Font, que siempre ha sobresalido en los personajes de carácter tanto dramáticos como cómicos), con otras chicas más jóvenes.
Para ello, se hace pasar por chino y arriba a un hotel sin conocer que el administrador del mismo (Ángel Walter) espera la llegada de un rico y auténtico mandarín llamado Chin Chun Chan (recreado por un convincente Federico Figueroa). Este enredo se aprovecha para introducir los números musicales en forma de agasajo a tan «ilustre» invitado. Cuando aparece la esposa, confunde al verdadero mandarín con su esposo y lo apalea. Finalmente, y como corresponde a cualquier zarzuela, el final es feliz y todo acaba aclarándose.
En los números de conjunto, coreografiados, vistosísimos, con sendos coros de tiples que cantaron perfectamente empastadas, destacamos los que se hicieran famosos desde su estreno, los titulados como «Los polichinelas» y «La telefonía sin hilos» (un gran avance para la época. En el attrezzo, lucieron muy propios en una reconstrucción muy realista de esos aparatos), número picantísimo en el que paraleliza el hormigueo provocado por la corriente eléctrica con los placeres sexuales. En ellos, los coros femeninos de suripantas aparecen lujosamente vestidas con verdaderos trajes coloristas mexicanos -vestuarios propiedad de Leopoldo Falcón-, a disposición de una coreografía recatada, pero elegante, y no demasiado compleja en las evoluciones, dado el poco espacio disponible en el escenario, creada para la ocasión por Clemina Zugasti.
En el segundo de los cuadros con solo de tenor se muestran ciertos personajes de lo más popular y genuinamente mexicano, como lo son los charamusqueros o vendedores de charamuscas -típicos dulces mexicanos-, encarnado también por el tenor Ricardo Calderón, cuya canción denota en los textos, con frases en inglés, el repliegue de la cultura mexicana hacia la estadounidense, obviamente porque prima el poderío económico, que siempre ha podido deslumbrar -el discutible sueño americano- a las clases mexicanas más pobres.
En definitiva, una feliz recuperación histórica de esta divertida obra que gustó mucho al público presente en el Palacio Ducal de Medinaceli, que fluyó de forma muy flexible en lo teatral vistiendo muy apropiadamente la parte estrictamente musical. Una pena que sólo haya sido una única función y que los medios orquestales puestos en juego por el número tan mínimo de componentes, no hayan sido los que todos hubiéramos deseado. Sin embargo, este reestreno ha de constituir un toque de atención sobre lo que ciertas personas, dinamizadoras del género -como las mencionadas-, son capaces de hacer, aunque sea con escasos medios pero conservando la calidad. Imaginemos que se pusieran a disposición más medios…
Es por acontecimientos como el de esta feliz recuperación, albergamos la esperanza que desde los respectivos organismos culturales de los países donde se han compuesto zarzuelas, se intercambien proyectos e Ideas a nivel internacional, que abunden en el objetivo final, que no sólo es conseguir el galardón de la UNESCO, sino también apostar por una zarzuela, en adelante, revitalizada, con suficientes medios para su representación en las mejores condiciones posibles, protegida y defendida desde los estamentos culturales de cada uno de los países donde se respeta, se escucha y se representa desde los escenarios. Esperamos que así sea.
Fotos: Festival de Medinaceli